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Posts Tagged ‘Alcohol en México’

Ayer acabé de leer “Beautiful Boy”, la autobiografía de David Sheff, un escritor de la costa oeste de Estados Unidos, que detalla los años en los que su hijo Nic (que también escribió su versión de los hechos) fue adicto a las metanfetaminas, específicamente al Crystal Meth. Como bien dice un usuario de Amazon.com, el libro vale la pena porque a diferencia de la mayoría de las memoirs Sheff tiene como oficio escribir (sus artículos han aparecido en numerosas revistas en Estados Unidos). Es decir, no estamos leyendo el recuento de una celebridad ayudada por un ghost writer. La prosa de Sheff es nítida: a veces dulce, a veces potente, siempre rica. Es fácil sentir que no estamos leyendo una autobiografía, sino una buena novela. Sin embargo, más allá de las virtudes de “Beautiful Boy”, algo dentro del libro me llama la atención.

Durante la mayor parte de un capítulo (y en ciertos momentos del resto del libro) Sheff se pregunta qué pudo haber hecho para que su hijo no se volviera adicto a las drogas. Sheff se echa la culpa, luego le echa la culpa al desastrozo divorcio de su primera esposa, después analiza la manera en la que habló de su propia experiencia con las drogas cuando su hijo aún era pequeño. Ninguna de sus teorías parece darle al clavo. Y, sin embargo, hay un párrafo en donde Sheff transcribe algo que su hijo le comentó. Al parecer, la curiosidad de Nic comenzó de esta manera: a los 16 años se fue a París a estudiar. Encantado de probar el alcohol libremente, se emborrachó todas las noches. Al regresar a Estados Unidos intentó seguir bebiendo así, pero las estrictísimas leyes de los gringos se lo prohibieron. Intentando buscar un sustituto, se volvió adicto a la marihuana. De ahí brincó a otras sustancias.

Sheff parece no darle mayor importancia a esta revelación. Y tras haber leído su libro, y comprobado lo intuitivo y sensible que es, me sorprende. En esa anécdota está, creo, la clave de la drogadicción de su hijo.

Lo que me lleva directo a un pequeño artículo en el número de este mes del Atlantic Monthly. En él, John McCardell aboga a favor de bajar la edad mínima para el consumo de alcohol en Estados Unidos. Las leyes deben ser más laxas para permitirle a los chicos experimentar, entender los daños que puede causar el alcohol y así evitar que llegando a universidad (cuando por fin pueden consumir el elixir prohibido) se maten con una congestión alcohólica.

McCardell tiene razón. Y aunque no lo menciona, me atrevo a soltar una hipótesis: leyes más laxas en el consumo del alcohol también significan menor consumo de drogas. Y a las pruebas me remito:

Todos mis conocidos -y cuando digo todos, me refiero a todos- y yo comenzamos a salir de antro (y, por ende, a beber) alrededor de los quince o catorce años. Salíamos a tardeadas, a bares, a cantinas, a antros en Acapulco y Cuernavaca y nos poníamos borrachos. ¿Qué tan sano era esto? La respuesta correcta sería: ¿comparado con qué?

De todos mis conocidos -y a mis 26 años puedo jactarme de conocer a más de un par de chilangos- ninguno, jamás, ha tenido una congestión alcohólica como aquellas de las que habla McCarrell en su artículo. Los peor que he visto en relación al alcohol han sido dos muertes y, sí, varias golpizas. De vez en cuando, las noticias en la Ciudad de México hablan del crimen de algún borracho (aunque estas atrocidades jamás se comparan con lo que Sheff cuenta de los adictos al Crystal Meth). Y aunque conozco a varios chilangos que se meten marihuana y, ocasionalmente, éxtasis, la cosa rara vez pasa de ahí. Lo que mencioné anteriormente puede sonar alarmante, pero creo que en comparación con las estadísticas norteamericanas (y lo que veo en Nueva York) la fiesta en México resulta francamente sana.

¿Cuál es la diferencia? No es que en Estados Unidos se pueda conseguir droga con más facilidad. Con cada año que pasa esa teoría se aleja más de la realidad: en mi experiencia, conseguir droga en un antro en México es tan o más fácil que conseguir una cerveza. La diferencia tampoco tiene que ver con la abundancia de droga en las calles: esta misma semana, El Economist sacó un reporte que indica que México cada vez está más plagado de droga. La única diferencia es que los mexicanos podemos beber desde más chicos. En México -como en algunos países de Europa- el alcohol jamás es satanizado. Nunca parece algo prohibido, ni imposible, sino algo natural. En suma, en México tratamos al alcohol de manera inversa a como lo manejan en Estados Unidos, y aunque no nos hacen falta borrachos en las calles (o percances automovilísticos relacionados con el consumo de alcohol) presiento que nuestra actitud frente al “chupe” es relativamente sana. Los adolescentes necesitan desfogarse con algo. Mejor que eso sea una botella de tequila a un arponazo de metanfetaminas.

Espero que la tendencia hacia las drogas no crezca en las generaciones que vienen. Si el Economist dice la verdad, los padres mexicanos tienen un trabajo doblemente difícil por delante. Quién sabe. Quizás en diez años a los adolescentes chilangos no les baste con ponerse un par de borracheras en Acapulco para saciar sus enloquecidas hormonas.

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