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Posts Tagged ‘luto a Steve Jobs’

¿Quién puede negar la influencia que tuvo Steve Jobs en la manera en la que trabajamos, nos comunicamos, nos entretenemos y escuchamos y compramos música? El genio detrás de Apple es, como todos saben, el inventor del Iphone, el Ipod, el Ipad, la computadora moderna, el Itunes y –creo- el mouse. Sin él, la telefonía estaría relegada a las blackberrys y los toscos celulares que la precedieron; las música seguiría sujeta a CD´s y bibliotecas piratas; y las computadoras en las que trabajamos serían armatostes obtusos y sin carisma. Por todo eso –porque, como dijo Tuiteante en tuiter, Jobs inventó aparatos que me han sido útiles- lamento su muerte. Tengo un Iphone, un Ipod (mi quinto) y trabajo en una Mac. Sin Jobs, probablemente tendría una BB, seguiría comprando discos en Mixup y mi computadora sería, ay, una Dell o una HP. Horror.

Por lo tanto, entiendo algo de la pena que embarga a los amantes de gadgets y todos los que usamos sus productos. Sin embargo, no comparto el luto desproporcionado, ni el culto a su persona. En principio, las defensas que arguyen los luctuosos gravitan en torno a los beneficios ya mencionados que Jobs nos otorgó. No obstante, basta rascar la superficie para advertir un luto extraño, y, desde mi punto de vista, inexplicable. Anclados a un discurso que Jobs dio en Stanford, valiéndose de un par de magros datos biográficos (su adopción, su despido de Apple en la década de los ochenta y su posterior y triunfal regreso), la mitad de mi TL de tuiter y de mis amigos en facebook le rinden pleitesía –como ejemplo de vida, como modelo a seguir- a un hombre, no a un empresario, que jamás dio un quinto a causas benéficas, que desconoció a un hijo suyo (¡vaya mecanismo psicológico!) y que, según personas allegadas a él, podía ser déspota y agresivo con sus subalternos. Algunas personas en mi TL inclusive se lamentan de que “Dios” se haya llevado a Jobs y no a Bill Gates. Bill Gates, un empresario decididamente menos hip, cuyo éxito meteórico se vio opacado por la indiscutible genialidad de su rival, pero que, hasta la fecha, ha donado miles de millones de dólares a causas benéficas a través de su fundación. Parece como si la norma fuera la siguiente: venerar al que nos dio algo tangible, que usamos y nos gusta usar, y desdeñar al que -independientemente de que ha ayudado a miles de personas en el planeta- no inventó la tableta en la que jugamos angry birds.

En cualquier caso, esta no es una apología de Gates, sino un somero análisis de las personas a las que nosotros, como sociedad, decidimos llorar cuando nos dejan. Nunca deja de sorprenderme la conmoción que ocasiona la muerte de celebridades como Michael Jackson mientras que la muerte de otras personas, que han dedicado su vida a servir a la humanidad (no a nuestra colección de música o a mejorar nuestros aparatos telefónicos), pasan desapercibidas. No cabe duda que el deceso de celebridades nos golpea hondo porque sentimos un lazo con ellos, porque recordamos la primera vez que escuchamos Billie Jean, la primera vez que intentamos hacer el moonwalk en el pasillo de nuestras casas o aquella noche en la que fuimos al tour de Dangerous. En el caso de Jobs, el vínculo es aún más cercano (y es muy comprensible). Sus inventos no viven en nuestra memoria, como una canción o una película, sino que viven –y despiertan con- nuestro tacto. Prácticamente todo su universo es palpable: la pantalla de mi Iphone, que responde a mis dedos deslizándose sobre ella; el teclado de mi mac en el que escribo; la rueda de mi Ipod con la que escojo canciones y videos. Nos sentimos cerca de él porque, en efecto, vivimos cerca de él: de lo que creó y ayudó a diseñar en vida: objetos hermosos, amuletos tecnológicos en los que residen más que nuestras canciones y contactos telefónicos. Jobs ideó los primeros aparatos que contienen la personalidad del usuario, aun cuando éste no lo quiera. Adentro de mi Iphone está lo que leo, juego, escribo, escucho, respondo y siento. Es, en ese sentido, un reflejo íntimo de mi persona. Y, sí, lamento la muerte del creador de ese espejo. Pero no: no creo que lloremos la pérdida de Jobs porque nos conmueva su vida. Siento decírselos, pero a la vuelta de un clic hay veinte mejores discursos que el que dio en Stanford (basta buscar el que Pamuk dio al recibir el Nóbel). Tampoco lloramos la pérdida de un gran hombre, porque, para ser francos, sabíamos muy poco de Jobs. Queremos asegurarnos de que nuestra tristeza proviene de un rincón más profundo: buscamos ungir al hombre que nos dio nuestro adorado Ipod y Iphone, hurgando en el internet por información grandilocuente, porque no nos atrevemos a aceptar que –porque somos frívolos- simplemente estamos tristes porque, en efecto, murió el inventor del Ipod y el Iphone.

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